Columna de opinión de Pablo Reyes Arellano
El Foro Abierto es una serie de encuentros que estamos llevando a cabo dentro del marco del programa Futuro Usach, con el objetivo de generar un espacio de discusión y reflexión sobre los grandes desafíos que enfrenta la comunidad universitaria. En su sesión titulada “Imaginando Futuros Posibles desde el Hemisferio Sur del Mundo”, se abordó desde una perspectiva crítica cómo nuestras visiones del futuro en el hemisferio sur se conectan y se diferencian de las de otras partes del mundo, explorando cómo nuestra historia define la construcción de los futuros posibles.
Esta sesión contó con la participación de Isidora González, Pablo Reyes y Abril Chimal, quienes compartieron sus visiones en una conversación moderada por Valentina Elzo.
En la columna de opinión que compartimos a continuación, Pablo Reyes Arellano, reflexiona sobre la percepción de futuro en Latinoamérica y cómo esta difiere de la visión global, y plantea la necesidad de adoptar enfoques que reconozcan la particularidad y riqueza del hemisferio sur.
La charla organizada por Futuro Usach fue un espacio invaluable para reflexionar sobre el rol de la universidad en la construcción de futuros más justos, inclusivos y sostenibles. Durante este encuentro, surgió una pregunta clave sobre la que me gustaría profundizar: ¿Por qué la percepción de futuro en Latinoamérica es distinta a la del resto del mundo?. Esta interrogante no solo nos invita a explorar nuestras singularidades culturales, históricas y sociales, sino también a cuestionar cómo estas moldean nuestra capacidad de imaginar y construir futuros compartidos.
En Latinoamérica, habitar el futuro no puede reducirse a un ejercicio de planeación técnica; es un acto profundamente ligado a nuestra memoria histórica, desigualdades estructurales y nuestra capacidad de resistencia y creatividad. A diferencia de otras regiones donde el futuro se asocia principalmente con el progreso tecnológico o el crecimiento económico, en nuestra región la percepción de futuro está marcada por la necesidad de responder a contextos complejos y desafiantes. Habitar el futuro, entonces, requiere no solo anticipar lo que está por venir, sino también una escucha profunda del presente, que nos permita atender tanto las oportunidades visibles como aquellas que permanecen en la penumbra.
Las zonas ciegas, precisamente, son aquellas áreas de nuestra realidad que ignoramos o subestimamos debido a nuestras prioridades, perspectivas o limitaciones culturales. En nuestra experiencia, herramientas como el análisis PESTEL (Político, Económico, Social, Tecnológico, Ecológico y Legal) resultan fundamentales para identificar estas áreas y mapear el entorno. Sin embargo, al aplicarlas, hemos observado un fenómeno recurrente: en Latinoamérica, ciertas dimensiones como lo político y lo social suelen iluminarse con mayor intensidad, mientras que otras, como lo tecnológico o lo ecológico, quedan en un segundo plano. Esto no solo refleja nuestras prioridades históricas, sino que también señala nuestras cegueras colectivas.
Por ejemplo, mientras el análisis político-social nos permite entender nuestras luchas por la equidad y los derechos, a menudo perdemos de vista el impacto transformador de las tecnologías emergentes o la urgencia de abordar las crisis ambientales. Esta inercia no es casual; está arraigada en nuestra historia de desigualdades, exclusiones y urgencias inmediatas. Sin embargo, es precisamente en el reconocimiento de estas cegueras donde reside una gran oportunidad: al iluminar estas zonas desatendidas, podemos redirigir nuestras estrategias y construir un futuro más equilibrado e inclusivo.
El acto de habitar el futuro en el presente también implica preguntarnos cómo escuchamos el entorno. Escuchar no es solo atender lo evidente, sino desarrollar una sensibilidad que permita percibir las tensiones ocultas, las narrativas que permanecen silenciadas y las conexiones que nos parecen improbables. Esta capacidad de escucha debe extenderse a las tecnologías emergentes, no como herramientas aisladas, sino como elementos que pueden amplificar nuestras fortalezas o perpetuar nuestras desigualdades. Por ejemplo, ¿cómo pueden las herramientas tecnológicas reducir las brechas sociales o fortalecer el tejido comunitario en lugar de replicar modelos excluyentes?
Durante la charla, también exploramos el rol articulador de la universidad. Más allá de sus aulas, las instituciones educativas tienen la responsabilidad de actuar como puentes entre distintos sectores de la sociedad, fomentando espacios de cocreación donde diversos actores puedan imaginar y construir el porvenir. Esto significa asumir un rol activo no solo en la producción de conocimiento, sino también en su aplicación práctica para responder a los desafíos sociales, ambientales y culturales de nuestras comunidades.
Finalmente, reflexionar sobre el futuro desde Latinoamérica es un ejercicio que nos desafía a ser críticos, inclusivos y audaces. Es un llamado a trascender nuestras limitaciones y a redescubrir nuestras fortalezas como región. Habitar el futuro en el presente no es un ideal abstracto; es una práctica concreta que nos invita a cuestionar, escuchar y actuar con responsabilidad.
En este camino, las universidades tienen un papel transformador: formar nuevas generaciones capaces de enfrentar la incertidumbre, articular conocimientos interdisciplinarios y desarrollar visiones de futuro que reflejen nuestra diversidad. Solo así podremos construir los contextos que deseamos habitar, no como meros observadores del cambio, sino como actores activos de su realización
Autor: Pablo Reyes Arellano